El concepto de lluvia ácida engloba cualquier forma de
precipitación que presente elevadas concentraciones de ácido sulfúrico y
nítrico. También puede mostrarse en forma de nieve, niebla y partículas de
material seco que se posan sobre la Tierra.
La capa vegetal en descomposición y los volcanes en erupción
liberan algunos químicos a la atmósfera que pueden originar lluvia ácida, pero
la mayor parte de estas precipitaciones son el resultado de la acción humana.
El mayor culpable de este fenómeno es la quema de combustibles fósiles
procedentes de plantas de carbón generadoras de electricidad, las fábricas y
los escapes de automóviles.
La lluvia ácida tiene muchas consecuencias nocivas para el
entorno, pero sin lugar a dudas, el efecto de mayor insidia lo tiene sobre los
lagos, ríos, arroyos, pantanos y otros medios acuáticos. La lluvia ácida eleva
el nivel acídico en los acuíferos, lo que posibilita la absorción de aluminio
que se transfiere, a su vez, desde las tierras de labranza a los lagos y ríos.
Esta combinación incrementa la toxicidad de las aguas para los cangrejos de
río, mejillones, peces y otros animales acuáticos.
La única forma de luchar contra la lluvia ácida es reducir
las emisiones de los contaminantes que la originan. Esto significa disminuir el
consumo de combustibles fósiles. Muchos gobiernos han intentado frenar las
emisiones mediante la limpieza de chimeneas industriales y la promoción de
combustibles alternativos. Estos esfuerzos han obtenido resultados
ambivalentes. Si pudiéramos detener la lluvia ácida hoy mismo, tendrían que
transcurrir muchos años para que los terribles efectos que ésta genera
desaparecieran.
Fuente: http://www.nationalgeographic.es
Curro Contreras Moreno
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